martes, 16 de junio de 2015

Cuestiones emocionales sobre el uso del verbo "ser"




Hace unos días presencié la tensa charla que mantuvieron dos de mis amigas. La razón: lo que empezó siendo un intento por aclarar los desencuentros que surgían a menudo entre ellas, se convirtió en un debate que no llegó a ningún sitio, con el consiguiente malestar. La conversación giraba en torno a los “por qué” que causaban esos problemas y esas diferencias. Y, en esa comunicación, el verbo “ser ocupó un importante protagonismo. Un protagonismo tal, que limitó seriamente las opciones de acuerdo y reencuentro.

De haberse utilizado durante el debate otros verbos, como los de acción (estuviste, dijiste, miraste, no llamaste…) o los de ánimo (reíste, lloraste, te entristeciste…), el conflicto habría estado más cerca de solucionarse. ¿Por qué? Porque el verbo “ser” conduce a generalizaciones, abstracciones, ambigüedades y, lo que es peor, a atacar la esencia de una persona, su identidad, y a otorgarle atributos negativos. Lógicamente, esto lleva a incrementar la tensión en una discusión.

Quizá algunos os preguntareis ¿Realmente ocurre esto con el verbo “ser”? ¿Influye tanto la mayor o menor utilización de términos tan coloquiales como “soy, no soy, eres, no eres”…? ¿Qué impacto tiene sobre una discusión su uso o no uso?


Para dar respuesta a estas cuestiones, empecemos reflexionando sobre la diferencia entre estas dos formas de decir las cosas,

“Pablo es un irresponsable” y “Pablo tuvo un comportamiento irresponsable por llegar tarde a la reunión” (o simplemente, “Pablo llegó tarde a la reunión”). Otro ejemplo: “Teresa es egoísta” y “Teresa actuó de forma egoísta” (o “Teresa no tuvo en cuenta los intereses de….”).


El verbo ser tiene dos usos peligrosos.

1º) El primero, que otorga un atributo a la persona. Decir que “Pablo es irresponsable” transmite la idea de que Pablo actúa siempre de forma irresponsable, es decir, que esa irresponsabilidad forma parte de su esencia (siendo posible que “el pobre Pablo” haya llegado tarde dos veces en su vida).

Lo mismo ocurre cuando decimos de Teresa, que es una egoísta. Caracterizarla como egoísta otorga una permanencia del calificativo que lleva a que la otra persona se moleste, por estar siendo definida como tal. Ponemos el acento en su “forma de ser”. En cambio, si lo que juzgo como egoísta es un comportamiento concreto, la persona no se siente atacada de la misma manera. Se pone el acento en un acto puntual y es más fácil localizar el punto de desencuentro entre las dos personas, al no afectarles tan directamente.

Incluso en la relación con uno mismo aplicaría esta cuestión. No es raro que nos castiguemos en ocasiones con sentencias del tipo “soy tonto”, ¿verdad? Qué diferente sería para nuestra autoestima el que nos dijéramos “me he equivocado” o “en esta situación actué de forma errónea”…



2º) El segundo uso desafortunado del verbo ser lo vemos en estas frases: “Paloma es profesora” o “Juan es deportista”. Seguro que te preguntas ¿qué hay de extraño en estas afirmaciones? 

En este caso, con el uso del verbo ser estamos dandos una identidad a la persona cuando en realidad se trata de un estado. Frases alternativas del tipo “Paloma trabaja como profesora” o “Paloma ejerce la docencia” no marcan una identidad, sino que hacen referencia a una eventualidad, a una condición que se da en ese momento. La diferencia es importante sobre todo para la misma persona. 

Cuando se trata de cambiar de profesión, por ejemplo, el que no exista esa identidad favorece la disposición y el éxito en la búsqueda de un empleo distinto. Son muchas las personas que se aferran a una identidad profesional y que no están dispuestas a aceptar los cambios que impone el mercado laboral.

El ejemplo de “Juan es deportista” nos permite observar, además, a la ambigüedad del verbo ser. ¿Es deportista porque practica deporte los fines de semana o se trata de un deportista profesional?

Los desacertados usos del verbo llevaron a David Bourland, lingüista de Harvard, a crear el denominado lenguaje E-primo que se caracteriza por la ausencia de este verbo. Hablar sin utilizar el verbo “ser" exige un esfuerzo de definición, matización y puntualización que nos traerá como ventaja una comunicación más clara, directa y asertiva. Este beneficio redundará en unas mejores relaciones con los demás y con nosotros mismos. Por ello, os invito a profundizar en este tipo de lenguaje y, también, a realizar el siguiente ejercicio:

En algún artículo de algún periódico o de alguna revista, subraya todas las frases que contengan el verbo ser, en cualquiera de sus tiempos. A continuación, cambia el verbo ser por cualquier otro verbo de acción.


¿Qué observas? ¿Qué ocurre?

¿Cómo cambia la comunicación?


Prueba a hacerlo en tus conversaciones con la pareja, los amigos y los compañeros de trabajo. Y observa cómo mejoran tus relaciones y cómo disminuyen las tensiones.



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