martes, 16 de junio de 2015

Cuestiones emocionales sobre el uso del verbo "ser"




Hace unos días presencié la tensa charla que mantuvieron dos de mis amigas. La razón: lo que empezó siendo un intento por aclarar los desencuentros que surgían a menudo entre ellas, se convirtió en un debate que no llegó a ningún sitio, con el consiguiente malestar. La conversación giraba en torno a los “por qué” que causaban esos problemas y esas diferencias. Y, en esa comunicación, el verbo “ser ocupó un importante protagonismo. Un protagonismo tal, que limitó seriamente las opciones de acuerdo y reencuentro.

De haberse utilizado durante el debate otros verbos, como los de acción (estuviste, dijiste, miraste, no llamaste…) o los de ánimo (reíste, lloraste, te entristeciste…), el conflicto habría estado más cerca de solucionarse. ¿Por qué? Porque el verbo “ser” conduce a generalizaciones, abstracciones, ambigüedades y, lo que es peor, a atacar la esencia de una persona, su identidad, y a otorgarle atributos negativos. Lógicamente, esto lleva a incrementar la tensión en una discusión.

Quizá algunos os preguntareis ¿Realmente ocurre esto con el verbo “ser”? ¿Influye tanto la mayor o menor utilización de términos tan coloquiales como “soy, no soy, eres, no eres”…? ¿Qué impacto tiene sobre una discusión su uso o no uso?