martes, 12 de agosto de 2014

¿Y si aprovechamos para desconectar?


Estamos en el mes de agosto, ese que resulta ser para una gran mayoría el mes de vacaciones (no es mi caso) y, por lo tanto, el destinado a desconectar del trabajo, de la oficina, del estrés y de nuestra identidad profesional. Para algunos, la desconexión se reduce a una quincena o a una semana. En cualquier caso, prácticamente todos podemos disfrutar de unos días para olvidarnos de los asuntos laborales.

Durante este periodo, tratamos de conectar con otras cosas, con actividades que nos reportan otro tipo de satisfacciones, más emocionales e instintivas, como son el placer de compartir tiempo con la familia, de pasear sin prisas, de leer algo distinto a un informe, de dormir las horas que el cuerpo pide, etc. Y, sin embargo, hay algo de lo que, difícilmente, desconectamos: la tecnología que nos conecta.

Ya en 2008, MARK BITTMAN, escritor culinario del New York Times escribía en el diario El País un interesante artículo sobre su dificultad para desconectar de todos los dispositivos que le conectaban con el mundo, tan solo por un día. Se declaraba “tecno-adicto” y clamaba por instaurar el “sabbat laico”, esto es, un día (no necesariamente el sábado) - solo uno - en el que el móvil, el ordenador, el correo electrónico, las redes sociales  e internet, en general, dejasen de existir.

Un día para dedicarlo a cualquier otra cosa, lo que sea. Para salir (sin móvil), para leer la prensa (en soporte papel), para cuidar las plantas, cocinar, hacer deporte ….. lo que sea que a cada uno le apetezca, pero lo que sea sin el apoyo de las tecnologías.


Gestionar esa des-conexión no es fácil


Gestionar esa des-conexión no es fácil. A priori, ya solo con pensar en prescindir del WhatsApp, la cosa se pone cuesta arriba. Bitman hablaba de lo difícil que podía resultar el reto:

“Pero he descubierto que el sabbat laico no es tan fácil de respetar. En mi primer fin de semana, el pasado otoño, lo apagué todo deprisa el viernes por la noche y me fui a la cama a leer. Me desperté nervioso, anhelando mi ordenador portátil. Como estaba prohibido, eché mano del teléfono. No, eso tampoco. ¿Y enviar un mensaje de texto? No. Estaba nervioso, agitado incluso. Sobreviví. Leí el periódico de cabo a rabo, sin hipervínculos. Intenté no hacer nada, lo cual desembocó en un largo paseo sin MP3, una siesta y más lectura, una novela. Bebí té (la cafeína no ayudaba) y miré por la ventana. “

¿Las razones de tal dificultad? Pueden ser muchas y dependen de cada uno, pero la ausencia de motivos para intentar desconectar  y la falta de práctica suelen ser dos buenas limitaciones. Así, en primer lugar, si no tenemos claro los beneficios del descanso digital o  a qué mejor cosa dedicaremos nuestro tiempo, será difícil ganar este reto.  Por otra parte, hay que planteárselo poco a poco, como cualquier práctica que requiere un esfuerzo, porque olvidarse conscientemente de conectarse puede generar cierta desorientación, aprensión o ansiedad.


¿Qué me puede ayudar con el “sabbat laico”? 


Tres cosas: tener una actividad a la que destinar nuestro tiempo (aunque sea el simple “aburrirse elegantemente”, es decir, tirarse en el sofá sin hacer nada y sin tener cargo de conciencia por ello), tomar conciencia del cambio de perspectiva que tomamos con esta desconexión y practicar.

  • Vivir un día, o alguno más, sin redes sociales, sin WhatsApp, sin correos, ni internet, invita a tomar distancia, a mirar el tiempo libre de otra manera, a diversificar, a conectar con cosas reales y no virtuales.
  • Esa visión con perspectiva conduce, entre otras cosas, a observar nuestros hábitos, conocernos mejor,  tomar conciencia de cómo es nuestra vida y cómo manejamos nuestro tiempo libre y, además, algo importante en vacaciones, nos ayuda a recargar pilas, al rebajar el bombardeo de estímulos e información digital.
  • Todo lo anterior no se hace de la noche a la mañana. Requiere práctica, requiere un “sabbat laico” y luego otro, y otro…. así, hasta que seamos capaces de vivir un fin de semana  o un periodo de vacaciones desconectados.


“Una vez que superé el miedo a no estar disponible y lo que ello podía acarrear, experimenté lo que, de no ser tan escéptico, denominaría una levedad del ser. Conseguí parar", comenta Bitman.

Como dice Andrea Bauer, directiva y preparadora de desarrollo profesional de California: hay que trabajar para dejar de trabajar.



La imagen


Para cerrar este post, os dejo el enlace a un anuncio tailandés que nos muestra lo que ganamos cuando  practicamos esa desconexión. ¿Te reconoces en alguno de esos momentos?





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