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A lo largo de la vida, hay momentos que no se nos olvidan, en unos casos, por lo que disfrutamos o por lo felices que nos sentimos, en otros, por su dureza, por lo tristes que nos supieron,…; pero además de momentos, hay segundos, segundos que son inolvidables.
Algunos de ellos lo son porque marcan un antes y un después
en nuestra vida o, mejor dicho, en la manera de ver nuestra vida; me refiero a
ese segundo en que uno “toma conciencia”, “se da cuenta”, “cae”, “topa con una
realidad” que posiblemente llevaba allí mucho tiempo pero no habíamos
percibido. Esos segundos son claves en los procesos de coaching, porque marcan
el inicio de un cambio; un cambio que, con frecuencia, lleva al encuentro con
nosotros mismos.
Os dejo este
pequeño cuento que trata de eso, de “tomar conciencia”.
Megg tiene 40 años y un
proyecto. Todos los días fotografía a muchos de los niños que trabajan en la
basura, en los campos, en la
calle. Desde hace un tiempo, también retrata a mujeres
mientras hacen sus labores. El esfuerzo, la soledad, el cuidado, la abnegación,
la resignación, la obediencia, la tristeza… son las emociones que recoge con su
cámara.
Le gusta lo que hace, no tanto lo que ve. Cada día cuando observa los
resultados de su trabajo, siente que hay algo que hacer, pero también siente
impotencia.
Como reportera gráfica
muestra sus imágenes al mundo, a ese mundo que ya sabe “que eso existe” y que sí,…
es verdad,… reacciona… pero reacciona al tiempo que busca el aliciente para
olvidar lo que acaba de ver.
Como ciudadana trata de
movilizar a quienes participan en asociaciones cultural, sociales, … a sus
vecinos, amigos con corazón, …. Ellos escuchan, asienten, la apoyan a su
manera, con pequeñas aportaciones que hacen algo, sólo algo.
Como profesional apela a
las instituciones, les muestra lo que ve, les habla de su sentir y trata de
concienciarlas de la necesidad de intervenir. Recoge grandes promesas y
mensajes de ánimo o reconocimiento. Se deja la piel desde hace años pero no
consigue nada.
Como persona sufre y le
duele ver lo que ve. Siente una tremenda soledad, eso sí, una soledad compartida
con la soledad de esas mujeres. Se siente parte de ese mismo escenario aunque
su posición diste de esa pobreza en la que ellas se mueven.
No logra nada. Hay que
dar con otra vía. Le pesa la presión por encontrar una solución. Y, al tiempo,
necesita aligerarse para ver con perspectiva.
Toma distancia. Y
observa su reto como si se tratara de un objeto a fotografiar. Se aleja y solo
contempla.
Resultó. Ahora sí. Ahora,
sabe quién puede ayudarla. Sabe quién la apoyará y tomará conciencia de que
algo hay que hacer. Solo necesita una cosa: ¡exponer!
Poco tiempo después, la
exposición está preparada, todo está en su sitio y aunque con medios muy
modestos, el resultado le gusta. Suerte que contó con la escuela.
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Y allí están sus fotos, allí están ellas, sus rostros, sus miradas, a veces lejanas, en ocasiones temerosas, sorprendidas, curiosas. Van llegando poco a poco, con caminar lento e indeciso se buscan, tratan de hallar su foto, esa en la que su rostro aparece reflejado. De inicio, sonríen, mientras confirman que son ellas buscando el gesto afirmativo de la fotógrafa, después se abstraen en su foto. Serias y contenidas observan cada detalle. Recogiendo el gesto marchan sobre los demás rostros, sobre los retratos de las demás mujeres. No importa quienes son, importa lo que están viendo allí reflejado, esa realidad de la que forman parte todas ellas y que describen sus retratos. Una realidad inconsciente que se hace consciente.
Megg las observa, las
acompaña en su silencio. En algún rostro hay alguna lágrima, en otros, quizá duelo,
quizá sinsabor, inquietud,…. Pero en todos ellos hay algo importante, hay
reconocimiento colectivo de su esfuerzo, soledad, abnegación, resignación,
obediencia, tristeza.
Megg está satisfecha.
Está viendo otros rostros que reflejan lo que ella busca. Lo ve en esas mujeres
que en silencio la miran mientras aguardan con anhelo.
Hay toma de conciencia.
Y disposición a que pase algo.
Mercedes Gigosos
Gutiérrez
“Un
desierto es un lugar en el que la vida está muy condensada. Las raíces de las
cosas vivas se aferran a la última gota de agua y la flor conserva la humedad,
apareciendo tan sólo a primera hora de la mañana y a última hora de la tarde. La vida en el
desierto es pequeña pero brillante y buena parte de lo que ocurre tiene lugar
bajo la tierra. Como
en las vidas de muchas mujeres”
Clarissa
Pinkola Estés (Mujeres que corren con los lobos)
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