Un psicólogo, en una sesión grupal, levantó un vaso de agua.
Todo el mundo esperaba la típica pregunta ¿está medio lleno o medio vacío? Sin
embargo, preguntó: ¿cuánto pesa este vaso? Las respuestas variaron entre 200 y
250 gramos. El psicólogo respondió: “El peso absoluto no importa, depende de
cuánto tiempo lo sostengo. Si lo sostengo 1 minuto, no es problema; si lo
sostengo una hora, me dolerá el brazo; si lo sostengo 1 día, mi brazo se
entumecerá y paralizará. El peso del vaso no cambia, pero cuanto más tiempo lo
sujeto, más pesado y más difícil de soportar se vuelve“. Continuó: “Las
preocupaciones son como el vaso de agua. Si piensas en ellas un rato, no pasa
nada; si piensas un poco más empiezan a doler y si piensas en ellas todo el
día, acabas sintiéndote paralizado, incapaz de hacer nada”. Acuérdate de soltar
el vaso. (Historia tomada de http://bit.ly/1h1LnH8)
Las preocupaciones ocupan demasiado espacio en nuestra
mente. Y donde ponemos nuestro foco de atención ponemos nuestra energía. Es así
como la vida se acaba vistiendo de una vitalidad apagada en el que reina “ese
no sé qué, qué se yo, déjame en paz” que nos lleva a enfrentarnos a las cosas
con cierta apatía y poco ánimo. Las preocupaciones cansan, pesan y absorben
energía. ¿Por qué se quedan ahí de forma permanente?
- En algunas ocasiones, porque el miedo nos lleva a evitar enfrentarnos a una situación para resolverla.
- En otras, es la falta de capacidad (no podemos porque no estamos preparados), la que nos paraliza y hace sentirnos impotentes ante el problema.
- En muchas otras, sin embargo, se quedan ahí porque la realidad es que no podemos hacer nada con ellas. No dependen de nosotros. No nos perteneces y debemos tomar conciencia de ello, soltándolas o devolviéndoselas a sus propietarios.
- Y hay un buen montón de ellas que, simplemente, las creamos nosotros mismos. Me encanta esta frase de Marc Twain: “He sufrido muchas desgracias … que nunca llegaron a ocurrir”

Hay ocasiones en que este proceso es fácil; otras, por el
contrario, se resolverían mejor con la ayuda de un experto que nos acompañe,
que nos haga de “linterna” para ver con claridad por dónde seguir. No dudes en
solicitar sus servicios, pues no compensa vivir con dolor por sujetar los vasos
de la preocupación.
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