Estamos en el mes de agosto, ese que resulta ser para una gran mayoría el mes de vacaciones (no es mi caso) y, por lo tanto, el destinado a desconectar del trabajo, de la oficina, del estrés y de nuestra identidad profesional. Para algunos, la desconexión se reduce a una quincena o a una semana. En cualquier caso, prácticamente todos podemos disfrutar de unos días para olvidarnos de los asuntos laborales.
Durante este periodo, tratamos de conectar con otras cosas,
con actividades que nos reportan otro tipo de satisfacciones, más emocionales e
instintivas, como son el placer de compartir tiempo con la familia, de pasear
sin prisas, de leer algo distinto a un informe, de dormir las horas que el
cuerpo pide, etc. Y, sin embargo, hay algo de lo que, difícilmente,
desconectamos: la tecnología que nos conecta.
Ya en 2008, MARK BITTMAN, escritor culinario del New York
Times escribía en el diario El País un interesante artículo sobre su dificultad
para desconectar de todos los dispositivos que le conectaban con el mundo, tan
solo por un día. Se declaraba “tecno-adicto” y clamaba por instaurar el “sabbat
laico”, esto es, un día (no necesariamente el sábado) - solo uno - en el que el
móvil, el ordenador, el correo electrónico, las redes sociales e internet, en general, dejasen de existir.
Un día para dedicarlo a cualquier otra cosa, lo que sea.
Para salir (sin móvil), para leer la prensa (en soporte papel), para cuidar las
plantas, cocinar, hacer deporte ….. lo que sea que a cada uno le apetezca, pero
lo que sea sin el apoyo de las tecnologías.