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Son muchas las personas que se sienten insatisfechas con lo
que hacen, con su modo de vida, con su relación de pareja, etc. De entre todas
ellas, son también muchas las que se sienten desorientadas y sin saber qué
hacer para resolver esta situación, esto es, como si estuvieran en un callejón
sin salida porque no ven por dónde tirar.
Con relación a este tipo de circunstancias, es frecuente
leer artículos o post en los que se insiste sobre la importancia de tomarse un
tiempo para determinar lo que se desea y a partir de aquí, trazar un plan para
conseguirlo. Ya después, actuar. Estoy de acuerdo con ello, pero solo en parte.
Mi experiencia, personal y como coach, me dice que en
ocasiones este proceso de reflexión conduce a incrementar la angustia aún más, paralizando
o bloqueando a la persona. Las sensaciones pueden ser parecidas a: ¡no sé lo
que quiero, me cuesta reconocer qué deseo exactamente y, por mucho que me
siente a pensar, sigo sin aclararme! ¡Esto, me agobia!
Frente a la recomendación de “decide primero qué quieres;
para luego actuar”, la vida nos muestra como en numerosas circunstancias son los
actos concretos (las vivencias, los hechos,…) los que nos devuelven información
de gran valor y utilidad para dilucidar qué es lo que realmente queremos. Es
decir, es el actuar y no el “pensar” el que me ayuda a identificar mis
preferencias, gustos o deseos.
En situaciones de bloqueo, el echar a andar, aún sin tener
claro el camino a tomar, es el paso previo a la identificación del objetivo. Esas
vivencias nos ayudan a experimentar y a probar si nos gusta o no, lo nuevo en
lo que nos metemos. En definitiva, aprovechar las oportunidades de hacer cosas
distintas, aunque no tengamos claro si es lo que queremos o no.
Lógicamente, hay que tomar las precauciones básicas
necesarias para no cargar con consecuencias no deseadas, siendo prudentes con
los “experimentos”. Eso sí, ser cautos no es incompatible con atreverse a
probar.
Esa experiencia nos aporta el conocimiento de distintas
realidades y nos ayuda a clarificar lo que deseamos. Por ello, lo ideal es
encontrar el justo equilibrio entre reflexionar y actuar, entre pararse a
pensar y arrancar a hacer. Cada circunstancia y periodo requerirá más de lo uno
o de lo otro y, dependiendo de “nuestro momento vital”, será preferible darle
prioridad a la reflexión o a la actuación.
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