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El otro día hablaba con una de mis coachees y hacíamos balance
de su proceso de crecimiento personal y profesional desde que, hace un tiempo,
arrancó con su primera sesión de coaching. Recordábamos aquel momento en que
decidió que no quería seguir viviendo conforme lo estaba haciendo. Sabía que
necesitaba un cambio. Y por eso empezamos a trabajar juntas.
“Fue cuando tomé la
decisión de abandonar la zona de confort. No podía seguir más tiempo allí, me
estaba ahogando”, me dijo. La frase fue muy elocuente. Ponía de manifiesto
una gran contradicción: ¿zona de confort o zona de dis-confort?
¿Paradójico verdad? Estaba en la zona de confort
(supuestamente cómoda) y sin embargo, se ahogaba. ¡Qué ironía! Mi clienta analizaba,
con cierto tono de humor, esta discordancia: “¡lo incómoda que me resulta a mí a veces la llamada zona de confort!”
Y es que, efectivamente, uno suele descubrir que existe la
zona de confort cuando está incomodísimo en ella. Esto es, cuando siente que algo
no va, cuando siente ese “no sé qué, qué sé yo…” que nos hace no estar bien y
no saber cómo remediarlo. Algo, dentro de uno, está pidiendo a gritos otra cosa,
un cambio. Y, no es raro que uno no sepa por dónde empezar.
Empecemos por el principio
Mientras todo marcha razonablemente bien, pocos se acuerdan
de la zona de confort, aunque vivamos en ella. En tanto, el día a día no genera
contradicciones vitales, las cosas van funcionando y no surgen mayores
cuestionamientos. Incluso estando en mitad del atasco habitual de todas las
mañanas, como ilustra el video de “Atrévete a soñar”, podemos estar adaptados y
no percibir mayor incomodidad.
¿Qué puede ocurrir? Que ya no soy feliz en este sitio, con
este trabajo, con esta pareja, con este plan de vida, con ese atasco… (podemos
añadir y concretar cantidad de situaciones ¿verdad?). Aquello que antes me
hacía disfrutar o al menos no me disgustaba, ahora se torna aburrido, cansino,
poco motivador; en definitiva, no nos gusta.
Esta etapa suele ir acompañada de cierta “negación de la
realidad”: no quiero aceptar que algo se ha “descontrolado” porque eso significa
que necesito un cambio y los cambios suelen generar miedo. Vivo en la queja
pero evito ponerme “manos a la obra”.
Aquí es cuando, en muchas ocasiones, alguien me dice de
manera más o menos directa que me toca abandonar la “zona de confort”. Entonces,
tomamos conciencia de que existe un estado de vida llamado así y en el que se
supone que estoy confortable. Pero es curioso, yo no me siento satisfecho. Sin
embargo, me resisto a salir de ahí como si realmente fuera feliz. No hay que
alarmarse por esta contradicción, es la evolución normal de un proceso de
cambio.
No es extraño que siga prefiriendo la insoportable comodidad
de la zona de confort a la aventura de la renovación. Afortunadamente, nuestro
deseo de mejora y de sentirnos a gusto nos impulsará y saldremos hacia la
siguiente etapa, camino de una solución.
Las cuatro habitaciones
Para entender mejor este proceso, te describo brevemente la teoría
de las cuatro habitaciones del cambio, desarrollada por Claes F. Janssen. Este psicólogo ilustra
el proceso de cambio como algo similar a una casa que contiene cuatro
habitaciones con características muy distintas.
Las dos primeras
salas hacen referencia a lo que hemos estado hablando hasta ahora. Verás
que se trata de dos momentos distintos: el del confort y el de la negación.
- La primera habitación es la sala de confort en la que yo me siento bien y donde tengo mi vida, digamos que “bajo control”. Mi adaptación es buena, vivo relajado y en un buen estado de bienestar. No necesito otra cosa.
- La segunda habitación es la sala de la negación. Sigo cómodo pero no tanto como antes. Siento que debo hacer algún cambio, pero me resisto porque aun, a pesar de que hay cierta ansiedad, sigo estando relativamente bien. Eso sí, cada vez menos. El miedo a la incertidumbre me frena frente a la decisión de cambio.
La casa posee otras dos habitaciones más; en ambas, las
ventanas ya se han abierto al cambio. Hay personas que nunca llegan a entrar en
estas dos habitaciones. No se atreven a dar ese paso en ningún momento de su
vida. Otras, se quedan largo tiempo atascados en la tercera, sin saber hacia
dónde tirar.
- La ansiedad que nos empuja a cambiar nos lleva a la tercera habitación, la de la confusión, la incertidumbre y la desorientación. Aquí tenemos ya claro que merece la pena lanzarse al cambio y también, sabemos lo que queremos (un cambio de estilo de vida, una reinvención profesional …) pero no sabemos cómo hacer para conseguirlo. Concretar esa necesidad, traducirla en cuestiones “tangibles” requiere en ocasiones un importante trabajo de reflexión sobre uno mismo. Esa sensación produce cierto vértigo, que bien gestionado puede convertirse en energía muy creativa hacia el cambio.
- Por fin entramos en la cuarta sala, la de la renovación. En esta sala se hace realidad el cambio, empiezan a implementarse las soluciones. Sé lo que tengo que hacer y me pongo a ello. Desaparecen las dudas, hay ilusión y fuerte motivación.
Todas las habitaciones son igual de importantes, cada una
tiene su propia peculiaridad, si bien para mí, son especialmente delicadas la
segunda y la tercera. ¿Por qué? porque en el caso de la sala de la negación, hay
un interesante trabajo personal al enfrentarnos a la realidad para aceptarla; y
en el caso de la tercera habitación, la de la confusión, porque salir de ella
conlleva un importante proceso de autoconocimiento.
Piensa por un momento: ¿En qué habitación te encuentras
actualmente? ¿Están en distintas salas las diferentes facetas de tu vida
(trabajo, familia, ocio, etc.)? ¿Te es fácil pasar de una habitación a otra
cuando necesitas afrontar un cambio?
Transitar por esta casa es vivir, el cambio va asociado a la
vida. No siempre es fácil afrontar estos retos y es ahí donde una mínima ayuda por
parte de un profesional puede ser tremendamente útil para salir de una habitación
y pasar a la siguiente. No dudes en buscarla si ves que llevas demasiado tiempo
intentando pasar de una sala a otra, y no lo consigues.
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